Por Álex Figueroa
A propósito de los recientes acontecimientos relacionados con el pecado del predicador David Diamond dado a conocer en las redes sociales, y el posterior comunicado que él mismo emitió refiriéndose a los hechos; surge nuevamente la discusión sobre qué hacer cuando los pastores caen.
No pocos abogan por aplicación instantánea de una misericordia mal entendida, y por la continuidad indiscutida en el ministerio. Otros abordan el asunto desde una nube de superioridad moral, creyendo que ellos mismos nunca caerían en pecado de esa manera. Aún otros se quedan desorientados, sabiendo que las Escrituras exigen integridad en los pastores, pero creyendo que las medidas que la Biblia contempla en estos casos son muy extremas o podrían causar una división en su congregación, por lo que prefieren no aplicarlas.
¿Qué hacer entonces?
Ante todo, debemos reconocer que estamos ante un tema muy delicado. Por una parte, el ministerio pastoral es complejo, siendo frecuente que exista ingratitud de parte de la congregación pastoreada. También envuelve soledad, incomprensión, tratos injustos, trabajo duro que no es reconocido, y en muchos casos acusaciones falsas o lanzadas irresponsablemente. Esto nos debe llevar a ser cautelosos y compasivos, pero en ningún caso indulgentes, ya que la prudencia debe ir de la mano con la obediencia a las Escrituras, no debiendo confundirse con lenidad.
Por otra parte, ocurre lo que Richard Baxter afirmó en su obra “El Pastor Reformado”: «Estoy horrorizado de que muchos de estos pecados sean trivializados de tal modo que la gente no los vea como malos, cuando los ven aparecer en aquellos que supuestamente son piadosos (es decir en los ministros). Cuando regañamos a los incrédulos por sus pecados de la carne, esperamos que sean agradecidos. Pero si ponemos de manifiesto los pecados de los ministros, ellos reaccionan como si hubieran sido escandalosamente insultados». En este sentido, y sin perjuicio de ser cautelosos en nuestro trato del tema, debemos considerar que hagamos lo que hagamos, siempre habrá personas que ante la sola posibilidad de evaluar a los pastores, se sienten profundamente ofendidas y confundidas, como si se estuviera cuestionando a Dios.
El equilibrio está dado, insistimos, por la obediencia a las Escrituras. Son ellas las que nos librarán de un procedimiento implacable y despiadado, por una parte, y de una misericordia malentendida e indulgente, por otra.
Las Escrituras no solo entregan a la iglesia la mera posibilidad de evaluar a los pastores, sino que imponen el deber de hacerlo: «… considerad cuál haya sido el resultado de su conducta…» (He. 13:7). Estamos de acuerdo en que por lo general no debemos comportarnos como inspectores rigurosos de los pastores de nuestra congregación. No obstante, en ciertas ocasiones –sobre todo en las crisis- deberemos estar atentos y considerar a consciencia el resultado de su conducta, como la Escritura nos llama a hacerlo.
Paralelamente, la Palabra de Dios establece un proceso para la disciplina de los ancianos, es decir, para el caso en que exista pecado apreciable en los ministros, y que necesita ser confrontado y corregido. Eso es lo que encontramos en 1 Timoteo 5:17-22: «Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. 18 Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario. 19 Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos. 20 A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman. 21 Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad. 22 No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro».
La Escritura resguarda a los ancianos de acusaciones irresponsables, exigiendo que, de existir alguna acusación contra ellos, ella se sostenga con dos o tres testigos, imponiendo esto como un requisito para que tal acusación sea admitida. Pero el mismo versículo es claro en cuanto a que si existen esos dos o tres testigos, la acusación debe ser admitida. Por eso dice: «no admitas acusación sino… » (RVR 1960), «No admitas ninguna acusación… a no ser que esté respaldada… » (NVI), «No admitas acusación … a menos de que…» (BLA), «No escuches ninguna acusación… a menos que haya dos o tres testigos que la confirmen» (NTV). Entonces, si existen esos dos o tres testigos, la acusación debe ser admitida, considerada, escuchada, sometida a un análisis serio. A pesar de que la Escritura es clara en este sentido, muchos hermanos persisten en la actitud de indignación ante la sola posibilidad de levantar alguna acusación contra un anciano, y se niegan a escuchar a sus hermanos, desobedeciendo así las Escrituras. Pero si la Biblia se pone en el caso de que existan acusaciones contra los ancianos, y más aún, de que ellas puedan ser legítimamente admitidas, ¿Por qué adoptar esta actitud emocional tan adversa? ¿Seremos acaso más amorosos y sabios que Dios? ¿Desearemos para la iglesia una unidad más sublime que la que Dios desea?
Con todo, si realmente quieren permanecer en esa posición, deberían demostrar la falsedad de las acusaciones, o de otra manera admitirlas. Esto se confirma al analizar el pasaje del que Pablo extrae la norma de los dos o tres testigos: «No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación. 16 Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, 17 entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. 18 Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, 19 entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti » (Dt. 19:15-19, énfasis añadido).
Con esta norma de los dos o tres testigos se podía incluso condenar a alguien a penas severas por homicidio o robo. Eso explica que el Señor aborrezca a los testigos falsos (Pr. 6:19). Por lo mismo, si existen los dos o tres testigos, y con mayor razón si ellos son hermanos de la congregación, los demás miembros deberían escuchar seriamente lo que tienen que decir y someterlo a análisis escritural y oración, por más alto que sea su afecto a los ancianos acusados. Ningún afecto podría justificar desobedecer este mandato de las Escrituras de escuchar a los hermanos que testifican de un hecho que es de interés de la congregación, y que concierne a los ancianos.
Por otra parte, si se cumple este requisito de que la acusación sea respaldada, y el anciano persiste en su conducta, Pablo ordena que sea reprendido delante de todos (v. 20), por el bien del resto de la hermandad. Esto porque los ancianos deben comportarse de manera ejemplar, excelente. Cuando un creyente de la iglesia de Corinto cayó en pecado, Pablo afirmó que un poco de levadura puede leudar toda la masa (1 Co. 5:6), es decir, el pecado se esparce y se reproduce, a menos que sea confrontado y corregido. ¿Cuánto más cierto resulta lo anterior si quienes lo practican son quienes deberían dar el ejemplo? Eso explica que el anciano que persiste en pecar deba ser reprendido delante de todos, para demostrar que la iglesia sigue creyendo en la Palabra de Dios, y que el deber de ser santos y reflejar el carácter de Dios sigue estando vigente para los cristianos.
Pese a la claridad de los pasajes expuestos, algunos podrán seguir pensando que aplicar estos pasajes implica carecer de amor y misericordia. Pero ¿Creemos realmente en las Escrituras? ¿Para qué existiría un pasaje como este si nunca se debiera aplicar? ¿Acaso Timoteo, apelando a un amor mayor, debería haber desobedecido las crueles instrucciones del Apóstol? Quizá por eso es que Pablo, previendo que nos veremos tentados a no aplicar este procedimiento, pide solemnemente a Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad” (v. 21, énfasis añadido). ¿Haremos caso omiso de tan solemne llamado?
También es necesario considerar lo siguiente: «Cuando los ancianos pecan, hay dos oficios que están en juego: el de miembro y el de pastor. Ambos tienen requisitos diferentes. El pastor puede caer, y perdonarlo no significa necesariamente reestablecerlo en el oficio de pastor. Perdonarlo significa reestablecerlo a su oficio de miembro. La iglesia está declarando su perdón solo por gracia y por medio de la fe. Pero el oficio de pastor requiere cierto tipo de carácter, el hombre tiene que ser irreprensible. Entonces él no puede decir ‘bueno, me perdonaron, entonces ¿Por qué si me perdonaron no me reestablecen como pastor?’… y hay iglesias que dicen eso, y pastores que sostienen eso, y creo que es irresponsable y manipulador… y respondo: ‘Sí, te perdonamos, de hecho todavía eres un miembro de esta iglesia -suponiendo que se arrepintió-, pero eso no significa que estés viviendo una vida sin reproche como para que te reestablezcamos en el oficio’. Debemos considerar el oficio de miembro y el de anciano separadamente» (Jonathan Leeman, 9Marks. Fuente: http://www.9marks.org/media/church-discipline-revival-part-2, sección de preguntas y respuestas).
En conclusión, es nuestro deber como congregación evaluar responsablemente a los ancianos (con las prevenciones expresadas supra), así como lo es escuchar las acusaciones en su contra si ellas están debidamente respaldadas, e incluso el reprenderlos delante de todos si ellos han persistido en pecar. Lo más fácil es encontrar una excusa para no hacer lo que la Escritura nos ordena en un tema tan delicado, pero por amor a Dios, a su Palabra, a su Iglesia y a los propios pastores cuestionados, debemos seguir fielmente las instrucciones del Señor en quien decimos creer, sabiendo que no hay instrucciones más altas ni mejores a las cuales estar atentos.