sábado, 14 de febrero de 2015

Señales de alerta en los candidatos al pastorado




Traducido por Álex Figueroa F.

En general, una iglesia no debería confirmar a ningún hombre como pastor (o anciano, un sinónimo), si éste no reúne las calificaciones bíblicas expuestas en 1 Timoteo 3:1-7 y Tito 1:6-9. A continuación, algunas banderas de alerta que la iglesia necesita tener en cuenta:

  1. Un espíritu contradictor. Si uno dice “negro”, él dirá “blanco”. Un anciano debe construir unidad, no motivar divisiones.
  2. Ausencia de fruto espiritual. Si un hombre no se encuentra actualmente pastoreando el rebaño, él no comenzará a hacerlo sólo porque ahora tiene un título. Un anciano debe ser un hombre que trabaja duro para edificar su congregación, desde antes de ser nombrado.
  3. Una esposa que no lo apoya. El pastoreo bien hecho es una tarea demandante. Toma tiempo enseñar, discipular y ser hospitalario. La esposa, ¿Está feliz de secundar el ministerio de su esposo incluso cuando eso requiera un sacrificio considerable de su parte? Si no lo está, no sería sabio llamar a este hombre a ser anciano.
  4. Un registro de relaciones rotas en su camino.
  5. Un enfoque egocéntrico. Cada vez que abre su boca, sea en la escuela dominical o en la mesa de un restaurante, parece tener su interés propio en mente, y no el de alguien más. Un anciano debe ser alguien que se encuentra permanentemente interesado en el bien de la congregación.
  6. Incapacidad de animar a otros.
  7. Incapacidad para mostrar compasión y ternura. Un hombre puede ser rigurosamente fuerte y bíblico, pero si no puede ser tierno y compasivo, será un pastor deficiente.
  8. Tendencia a exagerar y sobre adornar sus palabras. Un anciano debe ser alguien cuya palabra sea completamente confiable.
  9. Tendencia a valorar la creatividad y la innovación por sobre la fidelidad a las Escrituras. No estamos diciendo que la creatividad y la innovación sean cosas malas, pero siempre deben estar subordinadas a la fidelidad que debemos a la Palabra de Dios.
  10. Incapacidad para admitir que está equivocado.
  11. Incapacidad para someterse a otros líderes.
  12. Rechazo a ser importunado o a hacer sacrificios para servir a otros.
  13. Un sentimiento de que tiene derecho al cargo.

Artículo original publicado en inglés. Para ver, click aquí.


(Parte de este material ha sido adaptado desde el artículo “Disagreements and Differences Among Elders”, de Matt Schmucker.

jueves, 22 de enero de 2015

Cuando los pastores caen

Por Álex Figueroa



A propósito de los recientes acontecimientos relacionados con el pecado del predicador David Diamond dado a conocer en las redes sociales, y el posterior comunicado que él mismo emitió refiriéndose a los hechos; surge nuevamente la discusión sobre qué hacer cuando los pastores caen. 

No pocos abogan por aplicación instantánea de una misericordia mal entendida, y por la continuidad indiscutida en el ministerio. Otros abordan el asunto desde una nube de superioridad moral, creyendo que ellos mismos nunca caerían en pecado de esa manera. Aún otros se quedan desorientados, sabiendo que las Escrituras exigen integridad en los pastores, pero creyendo que las medidas que la Biblia contempla en estos casos son muy extremas o podrían causar una división en su congregación, por lo que prefieren no aplicarlas.

¿Qué hacer entonces?

Ante todo, debemos reconocer que estamos ante un tema muy delicado. Por una parte, el ministerio pastoral es complejo, siendo frecuente que exista ingratitud de parte de la congregación pastoreada. También envuelve soledad, incomprensión, tratos injustos, trabajo duro que no es reconocido, y en muchos casos acusaciones falsas o lanzadas irresponsablemente. Esto nos debe llevar a ser cautelosos y compasivos, pero en ningún caso indulgentes, ya que la prudencia debe ir de la mano con la obediencia a las Escrituras, no debiendo confundirse con lenidad.

Por otra parte, ocurre lo que Richard Baxter afirmó en su obra “El Pastor Reformado”: «Estoy horrorizado de que muchos de estos pecados sean trivializados de tal modo que la gente no los vea como malos, cuando los ven aparecer en aquellos que supuestamente son piadosos (es decir en los ministros). Cuando regañamos a los incrédulos por sus pecados de la carne, esperamos que sean agradecidos. Pero si ponemos de manifiesto los pecados de los ministros, ellos reaccionan como si hubieran sido escandalosamente insultados». En este sentido, y sin perjuicio de ser cautelosos en nuestro trato del tema, debemos considerar que hagamos lo que hagamos, siempre habrá personas que ante la sola posibilidad de evaluar a los pastores, se sienten profundamente ofendidas y confundidas, como si se estuviera cuestionando a Dios.

El equilibrio está dado, insistimos, por la obediencia a las Escrituras. Son ellas las que nos librarán de un procedimiento implacable y despiadado, por una parte, y de una misericordia malentendida e indulgente, por otra. 

Las Escrituras no solo entregan a la iglesia la mera posibilidad de evaluar a los pastores, sino que imponen el deber de hacerlo: «… considerad cuál haya sido el resultado de su conducta…» (He. 13:7). Estamos de acuerdo en que por lo general no debemos comportarnos como inspectores rigurosos de los pastores de nuestra congregación. No obstante, en ciertas ocasiones –sobre todo en las crisis- deberemos estar atentos y considerar a consciencia el resultado de su conducta, como la Escritura nos llama a hacerlo.

Paralelamente, la Palabra de Dios establece un proceso para la disciplina de los ancianos, es decir, para el caso en que exista pecado apreciable en los ministros, y que necesita ser confrontado y corregido. Eso es lo que encontramos en 1 Timoteo 5:17-22: «Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. 18 Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario. 19 Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos. 20 A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman. 21 Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad. 22 No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro».

La Escritura resguarda a los ancianos de acusaciones irresponsables, exigiendo que, de existir alguna acusación contra ellos, ella se sostenga con dos o tres testigos, imponiendo esto como un requisito para que tal acusación sea admitida. Pero el mismo versículo es claro en cuanto a que si existen esos dos o tres testigos, la acusación debe ser admitida. Por eso dice: «no admitas acusación sino… » (RVR 1960), «No admitas ninguna acusación… a no ser que esté respaldada… » (NVI), «No admitas acusación … a menos de que…» (BLA), «No escuches ninguna acusación… a menos que haya dos o tres testigos que la confirmen» (NTV). Entonces, si existen esos dos o tres testigos, la acusación debe ser admitida, considerada, escuchada, sometida a un análisis serio. A pesar de que la Escritura es clara en este sentido, muchos hermanos persisten en la actitud de indignación ante la sola posibilidad de levantar alguna acusación contra un anciano, y se niegan a escuchar a sus hermanos, desobedeciendo así las Escrituras. Pero si la Biblia se pone en el caso de que existan acusaciones contra los ancianos, y más aún, de que ellas puedan ser legítimamente admitidas, ¿Por qué adoptar esta actitud emocional tan adversa? ¿Seremos acaso más amorosos y sabios que Dios? ¿Desearemos para la iglesia una unidad más sublime que la que Dios desea?

Con todo, si realmente quieren permanecer en esa posición, deberían demostrar la falsedad de las acusaciones, o de otra manera admitirlas. Esto se confirma al analizar el pasaje del que Pablo extrae la norma de los dos o tres testigos: «No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación. 16 Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, 17 entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. 18 Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, 19 entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti » (Dt. 19:15-19, énfasis añadido).

Con esta norma de los dos o tres testigos se podía incluso condenar a alguien a penas severas por homicidio o robo. Eso explica que el Señor aborrezca a los testigos falsos (Pr. 6:19). Por lo mismo, si existen los dos o tres testigos, y con mayor razón si ellos son hermanos de la congregación, los demás miembros deberían escuchar seriamente lo que tienen que decir y someterlo a análisis escritural y oración, por más alto que sea su afecto a los ancianos acusados. Ningún afecto podría justificar desobedecer este mandato de las Escrituras de escuchar a los hermanos que testifican de un hecho que es de interés de la congregación, y que concierne a los ancianos.

Por otra parte, si se cumple este requisito de que la acusación sea respaldada, y el anciano persiste en su conducta, Pablo ordena que sea reprendido delante de todos (v. 20), por el bien del resto de la hermandad. Esto porque los ancianos deben comportarse de manera ejemplar, excelente. Cuando un creyente de la iglesia de Corinto cayó en pecado, Pablo afirmó que un poco de levadura puede leudar toda la masa (1 Co. 5:6), es decir, el pecado se esparce y se reproduce, a menos que sea confrontado y corregido.  ¿Cuánto más cierto resulta lo anterior si quienes lo practican son quienes deberían dar el ejemplo? Eso explica que el anciano que persiste en pecar deba ser reprendido delante de todos, para demostrar que la iglesia sigue creyendo en la Palabra de Dios, y que el deber de ser santos y reflejar el carácter de Dios sigue estando vigente para los cristianos. 

Pese a la claridad de los pasajes expuestos, algunos podrán seguir pensando que aplicar estos pasajes implica carecer de amor y misericordia. Pero ¿Creemos realmente en las Escrituras? ¿Para qué existiría un pasaje como este si nunca se debiera aplicar? ¿Acaso Timoteo, apelando a un amor mayor, debería haber desobedecido las crueles instrucciones del Apóstol? Quizá por eso es que Pablo, previendo que nos veremos tentados a no aplicar este procedimiento, pide solemnemente a Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad” (v. 21, énfasis añadido). ¿Haremos caso omiso de tan solemne llamado? 

También es necesario considerar lo siguiente: «Cuando los ancianos pecan, hay dos oficios que están en juego: el de miembro y el de pastor. Ambos tienen requisitos diferentes. El pastor puede caer, y perdonarlo no significa necesariamente reestablecerlo en el oficio de pastor. Perdonarlo significa reestablecerlo a su oficio de miembro. La iglesia está declarando su perdón solo por gracia y por medio de la fe. Pero el oficio de pastor requiere cierto tipo de carácter, el hombre tiene que ser irreprensible. Entonces él no puede decir ‘bueno, me perdonaron, entonces ¿Por qué si me perdonaron no me reestablecen como pastor?’… y hay iglesias que dicen eso, y pastores que sostienen eso, y creo que es irresponsable y manipulador… y respondo: ‘Sí, te perdonamos, de hecho todavía eres un miembro de esta iglesia -suponiendo que se arrepintió-, pero eso no significa que estés viviendo una vida sin reproche como para que te reestablezcamos en el oficio’. Debemos considerar el oficio de miembro y el de anciano separadamente» (Jonathan Leeman, 9Marks. Fuente: http://www.9marks.org/media/church-discipline-revival-part-2, sección de preguntas y respuestas).

En conclusión,  es nuestro deber como congregación evaluar responsablemente a los ancianos (con las prevenciones expresadas supra), así como lo es escuchar las acusaciones en su contra si ellas están debidamente respaldadas, e incluso el reprenderlos delante de todos si ellos han persistido en pecar. Lo más fácil es encontrar una excusa para no hacer lo que la Escritura nos ordena en un tema tan delicado, pero por amor a Dios, a su Palabra, a su Iglesia y a los propios pastores cuestionados, debemos seguir fielmente las instrucciones del Señor en quien decimos creer, sabiendo que no hay instrucciones más altas ni mejores a las cuales estar atentos.

jueves, 9 de enero de 2014

Mark Dever - El liderazgo de los ancianos en el congregacionalismo


Mark Dever*

 

«Nos parece que la Escritura es muy explícita en cuanto a cómo debería estar ordenada esta iglesia. Creemos que cada miembro de la iglesia debe tener iguales derechos y privilegios, y que no hay poder en los oficiales de la iglesia [ancianos y diáconos] para ejecutar cosa alguna a menos que tengan plena autorización de los miembros de la iglesia. Creemos, sin embargo, que la iglesia debe escoger su pastor, y habiendo hecho esto, deben amarlo y respetarlo por causa de su trabajo. Los diáconos deben estar asociados con él para supervisar los asuntos financieros, y los ancianos de la iglesia para asistir en todos los trabajos del pastorado en el temor de Dios, siendo supervisores [obispos] del rebaño. Creemos que una iglesia así está ordenada escrituralmente, y si permanecemos en la fe, arraigados, fundamentados y establecidos, tal iglesia puede esperar la bendición del cielo, y así se transformará en columna y baluarte de la verdad».

Charles Spurgeon (Púlpito del Tabernáculo Metropolitano, vol. 7, 1862).

 

Después del Señor, la autoridad jurisdiccional final no reside en un Papa o una convención, ni en una asamblea nacional, ni en un pastor, ni en una asociación regional o convención estatal, ni tampoco en algún comité, ya sea pagado o no. La responsabilidad final por la disciplina y doctrina de la congregación, después del Señor, no recae en los diáconos o en los ancianos. Esta autoridad descansa en la congregación en pleno.

El congregacionalismo puede o no ser atractivo, eficiente, bien entendido, bien practicado, fácil, amado universalmente, o inmune a la distorsión y a la corrupción, pero es bíblico. Es bíblico en dos sentidos: Primero, no una persona ni cuerpo externo, sino solamente la congregación es responsable en último término ante Dios por las acciones de la iglesia en disciplina y doctrina. Segundo, la congregación en pleno es la responsable en los términos expuestos. Este es el cuadro que encontramos en el Nuevo Testamento. Confieso que la evidencia es escasa y las especificaciones casi inexistentes, pero el cuadro es consistente, y las implicaciones son importantes.

Ø  Disputas entre hermanos: En Mateo 18 Jesús enseña a sus seguidores que la congregación es el tribunal decisivo cuando se trata de diferencias entre los hermanos. Así leemos en los versículos del 15 al 17, que el paso final para resolver una disputa es “dilo”, no a los ancianos, sino a la ekklesía, es decir, a la iglesia o congregación[1]. Hechos 6 nos brinda un ejemplo de lo anterior. Cuando surgió una disputa entre los judíos hebreos y los judíos griegos acerca de la alimentación de las viudas, los apóstoles pidieron a la congregación: «Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones» para atender las necesidades de los miembros más pobres en la iglesia de Jerusalén (v. 3). «Agradó la propuesta a toda la multitud» (v. 5). Entonces, la congregación escoge siete individuos y los presenta a los apóstoles para oración.

 

Ø  Doctrina: Pablo enseña implícitamente a los Gálatas en Gálatas 1 que la congregación es el tribunal decisivo para resolver desacuerdos en asuntos de doctrina. Pablo exhorta a estos cristianos recién convertidos[2] en Galacia que incluso si él, un apóstol, viniera y predicara un evangelio diferente de aquel que ellos ya habían aceptado, ellos deberían rechazarlo. Lo mismo han de hacer si se tratara de un misionero errante. Es interesante que Pablo pida tal cosa a estos cristianos recién convertidos; él no está escribiendo a los ancianos. Y eso que está escribiendo sobre un asunto de la mayor relevancia teológica, ¡Sobre el Evangelio! Aun así él deposita su confianza en ellos. El Evangelio los ha salvado, y su contenido cognitivo y proposicional es incluso más significativo que las declaraciones de origen apostólico. Pablo asume que ese mensaje del Evangelio es claro, incluso para creyentes recién convertidos.

 

Ø  Disciplina: Pablo enseña a los corintios en 1 de Corintios 5 que la congregación es el tribunal decisivo para resolver asuntos disciplinarios. Él escribe sobre una situación escandalosa en la iglesia corintia, y se dirige no sólo al pastor o al liderazgo, sino a la congregación toda. Dice a la congregación en pleno que deben actuar, y que no deben hacerlo asociándose con la parte ofensora.

 

Ø  Membresía de la iglesia: Para terminar, Pablo enseña a los corintios en 2 Corintios 2 que la congregación es el tribunal decisivo para determinar la membresía de la iglesia. Les escribe sobre un pecador arrepentido a quien ellos habían excluido con anterioridad: «Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos;  así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él» (vv. 6-8). Pablo escribe a la congregación toda sobre una acto que ellos habían realizado en pleno, instándolos a tomar ahora un curso diferente[3].

Se podría hablar mucho más acerca del congregacionalismo, pero espero haber ofrecido suficiente evidencia para dejar en claro que, de acuerdo al Nuevo Testamento, es la congregación en pleno la que debe asumir la responsabilidad por su vida en comunidad –respecto de disputas, doctrina, disciplina y membresía. La congregación puede eludir esa responsabilidad, pero nunca la perderá delante de Dios. Aunque la evidencia sea escasa, es clara y consistente[4].

 

¿Gobierno de los ancianos o liderazgo de los ancianos?

Entonces, ¿Cuál es la responsabilidad de los ancianos en el contexto del congregacionalismo? Es importante distinguir liderazgo de los ancianos dentro de un contexto congregacional, de una regencia o gobierno de los ancianos que no reconoce el rol bíblico de la congregación[5]. Un congregacionalismo bíblico guiado por los ancianos es distinto del presbiterianismo, porque no apela a una barrera externa a la congregación contra el pecado y lo incorrecto, y se diferencia del tipo de gobierno de los ancianos practicado en varias iglesias independientes, porque reconoce que la responsabilidad última descansa de hecho en la congregación.

La diferencia entre estos dos términos, ‘liderazgo de los ancianos’ y ‘gobierno de los ancianos’ es importante. Los traductores de la versión King James tradujeron la palabra griega proestotes como ‘gobiernan[6] para describir la función de los ancianos en 1 Timoteo 5:17. Las traducciones más modernas han usado ‘dirigen’ o ‘lideran’. En efecto, entonces, se piensa de cierto que los ancianos han de gobernar, dirigir o liderar.

Incluso en nuestro contexto contemporáneo, la frase “gobierno de los ancianos” es usada típicamente para significar la atribución de la autoridad última en las manos de los ancianos como opuesto a atribuirla a la congregación. Y eso, tal como vimos recién, no es lo que nuestro Señor Jesús ni lo que el Apóstol Pablo parecieron tener en mente. La congregación no pierde su autoridad final, incluso en áreas en las que es indisputable la responsabilidad de los ancianos, como es el caso de la enseñanza ortodoxa. Así, en 2 Timoteo 4, donde Pablo advierte a Timoteo acerca de los tiempos de enseñanza desastrosa que se avecinan, no culpa a los ancianos como uno podría esperar, sino a aquellos que «… teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias» (v. 3).

Así, ‘dirigir’ o ‘liderar’ son palabras que resumen de mejor manera la función de los ancianos en una congregación local que la palabra ‘gobernar’. Esta palabra recién mencionada tiene un tono de autoridad última o final, mientras que ‘liderar’ parece más apropiada para describir el rol dado por Dios a los ancianos en condiciones normales, quienes deben ser reconocidos pero pueden también ser puestos a un lado por la congregación. En conclusión, el modelo más bíblico parece ser una forma de congregacionalismo en la cual los ancianos regular y normalmente lideran[7].

 

Relación de los ancianos con la congregación

Entonces, ¿Cuál es la relación de los ancianos con la congregación? Desde luego, al abogar por el congregacionalismo no estoy diciendo que la congregación siempre está en lo correcto, o que es inerrante, o que el Espíritu Santo supervisa de tal manera el funcionamiento de cada congregación que sus acciones y conclusiones están siempre en conformidad con la voluntad de Dios. En este mundo caído, ninguna forma de gobierno está revestida de infalibilidad, sea que se trate del modelo papal, congregacional, o cualquier cosa entre ambas. Sabemos que cuando Cristo regrese encontrará fe en la tierra, porque Él es quien ha determinado edificar su iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Sin embargo, la mejor de las congregaciones, tal como los mejores de entre los hombres; pueden caer y ciertamente caen. Así, la congregación que despidió a Jonathan Edwards estaba en todo su derecho de despedirlo, pero creo que ellos se equivocaron en su decisión de hacerlo.

Al mismo tiempo, el llamado a los cristianos de obedecer a sus líderes (He. 13:17) de ninguna manera implica que estos últimos sean infalibles. Los ancianos y pastores también cometen errores, y por ellos (hablo como un anciano), daremos cuenta ante Dios (Stg. 3:1). Aun así, no podemos ignorar el llamado que Dios nos hizo a liderar su iglesia. Así que predicamos y enseñamos, estudiamos y oramos, evangelizamos y discipulamos, examinamos y exhortamos, deliberamos y decidimos.

Sin embargo, en último término los ancianos podemos actuar solo enseñando y persuadiendo a la congregación. Todos los deberes, responsabilidades y obligaciones que pesan sobre los ancianos nos han sido dados por la congregación a la que servimos. Ciertamente Dios debe llamarnos, y esperamos un testimonio interno de esta vocación divina. Pero este llamado de Dios sentido internamente debe ser confirmado por una congregación visible, por un rebaño particular que nos pida pastorearlo y nos siga cuando lo hacemos. Por esta razón, un anciano no puede ser ni instalado ni removido si no es por el voto de la congregación.

Una vez que la congregación confirma el llamado del anciano, el liderazgo de los ancianos normalmente debe ser objeto de confianza, especialmente en asuntos que son tanto significativos como confusos. Los ancianos han sido reconocidos precisamente por este tipo de trabajo cuidadoso.

 

Mark Dever es Senior Pastor de la Capitol Hill Baptist Church en Washington, D.C., y Director Ejecutivo de 9Marks. El Dr. Dever ha escrito y contribuido a la publicación de diversos libros sobre salud y liderazgo de la congregación, incluyendo Nine Marks of a Healthy Church y The Deliberate Church.



* Este artículo corresponde a la traducción de un extracto del libro del pastor Mark Dever, “By Whose Authority? Elders in Baptist Life”, 9marks, 2006, pp. 32-36. Traducción por Álex Figueroa F.
[1] En su traducción de la Biblia, William Tyndale tradujo ekklesía como ‘la asamblea’.
[2] El autor utiliza ‘young’ (‘jóvenes’). En este párrafo se traduce siempre como ‘recién convertidos’ [N. del. T.].
[3] Un asunto relativo a la forma de gobierno aun más importante que la pluralidad de ancianos es la defensa de la membresía regenerada de la iglesia.
[4] Esto coincide con la evidencia del período post-apostólico inmediato. Así, Clemente de Roma escribe de ancianos siendo comisionados «con el consentimiento pleno de la iglesia», en su Primera Epístola a los Corintios. En Early Christian Writings: The Apostolic Fathers, trans. Maxwell Staniforth (New York: Penguin Books, 1968), 46.
[5] El punto aquí no es la distinción entre el uso entre la frase “liderada por ancianos” como opuesta a “gobernada por ancianos”, sino la distinción entre aquellas congregaciones que reconocen y las que no reconocen su responsabilidad bíblica, no solo de obedecer a sus líderes (como en He. 13), sino que también en ocasiones de desobedecerlos (como en Gá. 1). Dios pedirá cuentas a los maestros por lo que enseñan (ver Stg. 3:1), pero las congregaciones que se sientan cómodamente a escuchar algo seriamente erróneo no son, desde luego, absueltas de responsabilidad. Estas congregaciones deberían rehusar seguir a tales líderes. Aquellas iglesias que afirman no tener tal responsabilidad, sino que asignan la responsabilidad de discernir la verdad solo a los ancianos, han renunciado a una responsabilidad bíblica. Por otro lado, las congregaciones que reconocen que deben seguir a sus líderes bajo circunstancias normales, pero que hay ocasiones en las que no deberían hacerlo, mantienen para sí mismas responsabilidades que son reconocidas y enseñadas en las Escrituras.
[6] En el original: Rule [N. del T.]. En la versión Reina Valera se tradujo como ‘gobiernan’.
[7] Aunque estoy feliz de defender este modelo como la forma bíblica de gobierno, no sugeriría que una iglesia sin este modelo no es una verdadera iglesia, ni tampoco que la forma de gobierno debe ser un asunto de acuerdo entre las iglesias a fin de que ellas puedan trabajar juntas en misiones, evangelismo y educación.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Por qué deberías ser un Congregacionalista


Artículo original: Hunter Powell.
Traducción: Álex Figueroa F.


Miedo, Aversión y Democracia Extrema

Los congregacionalistas, los presbiterianos y los reformadores históricamente han estado de acuerdo en que Mateo 16:18-19 y Mateo 18:15-18 tratan acerca de la excomunión y la disciplina eclesiástica (ver, por ejemplo, las preguntas 83-85 del Catecismo de Heidelberg). Por tanto, estos pasajes, definen dónde se radica el poder de la iglesia. Una de las tareas más asombrosas y atemorizantes dadas a la iglesia en la Escritura es el sustraer a alguno de sus miembros de la comunión con la iglesia visible. Si, como nos enseñó la reforma, entendemos ‘Iglesia’ como la Palabra y los sacramentos administrados correctamente, entonces los límites del gobierno de la iglesia estarán dados según dónde se radique el poder para sustraer a una persona del sacramento de la comunión.

Para los presbiterianos, Pedro recibió las llaves del reino en representación de los apóstoles, quienes eran los precursores de los ancianos. Luego, todos los ancianos desde la era apostólica son los responsables exclusivos del gobierno de la iglesia. Así, al leer Mateo18 los presbiterianos afirman que “dilo a la iglesia” (v. 17) debe significar “dilo a los ancianos”.

Los congregacionalistas no discutimos que los ancianos tienen un rol en el gobierno de la iglesia, pero notamos que Pedro recibió las llaves debido a su profesión de fe (Mt. 16). Por tanto, cuando Mateo 16 y Mateo 18 son puestos a la par, debemos asumir que son los creyentes a los cuales Cristo confió las llaves quienes tienen el rol cardinal en el proceso disciplinario. Relacionando lo anterior a I Corintios 5:4-12 y IICorintios 2:6-7, es claro que es la iglesia en pleno (no solo los ancianos) la que soporta la responsabilidad cuando se trata de excomulgar.

En ninguna parte del Nuevo Testamento se indica explícitamente que “Iglesia” se refiere a una reunión de ancianos. Es más, todo indica que pasajes tales como I Corintios 14:26 –“[c]uando os reunís” (ver también Ro. 15:5, I Co. 4:17; 14:34)- aluden al cuerpo de creyentes y ancianos reunidos, y no a un grupo de ancianos reunidos aparte del rebaño.

No podemos ignorar el rol de la congregación en el gobierno de la iglesia solo porque tememos que una turba furibunda destituirá al pastor de su cargo. El miedo no es la piedra fundante del gobierno de la iglesia. Si Cristo ha dado a los creyentes congregados en una iglesia local alguna participación en la excomunión, entonces necesitamos preguntarnos cuál es su legítimo rol. Incluso nuestros amigos presbiterianos reconocen un rol a su membresía al permitirles votar para escoger a sus propios pastores. Al parecer, los miembros son capaces de discernir si un pastor está calificado teológicamente para liderar, pero serían incapaces de discernir si alguien se encuentra en pecado no arrepentido.

Los presbiterianos aducen a menudo que los miembros juegan un rol a través de sus ancianos, quienes los representan (varios congregacionalistas sostienen algo similar). Sin embargo, la Biblia enseña que los ancianos son administradores de Dios (Tito 1:7), y no administradores del poder de los miembros. Tanto los ancianos como la membresía tienen su rol distintivo en el proceso disciplinario de la iglesia. Un ejemplo útil, aunque imperfecto, sería el juez (ancianos) y el jurado (la membresía). El juez –quien es el experto en la ley- guía y dirige. El jurado da su veredicto. Ambos tienen distintos roles, pero deben trabajar juntos para que el procedimiento judicial sea completo. Lo anterior está a años luz de un gobierno eclesiástico extremadamente democrático. Está asimismo muy lejos del nuevo (e igualmente incorrecto) ‘congregacionalismo llevado por los ancianos’, como ha sido llamado cortésmente.

El Ingrediente Imprescindible del Congregacionalismo.

No podemos detenernos en Mateo 16 y 18, porque la Biblia no se detiene allí. Pablo escribe a Tito, “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé” (Tito 1:5; ver también Hechos 14:23). Esto indica que había iglesias incompletas en la etapa temprana del Nuevo Testamento. Las congregaciones que en ‘Hechos de los Apóstoles’ en un primer momento se reunían en las casas, pueden ser llamadas ‘iglesias’, pero no ‘iglesias completas’. Los apóstoles estaban ansiosos por establecer iglesias correctamente, y al parecer no quedaban contentos con dejar a las iglesias solas, hasta que ellas tuvieran ancianos. La Biblia habla bastante de la autoridad de los ancianos y sobre nuestra responsabilidad de someternos a ellos (He. 13:17; I Tes. 5:12; I Ti. 5:17). Una iglesia sin ancianos es como un automóvil sin llantas. Sabemos que es un automóvil, pero también estamos conscientes de que no es plenamente funcional –condúcelo a tu propio riesgo, y no llegarás muy lejos.

Los presbiterianos bifurcan las responsabilidades exigidas a los ancianos en I Pedro 5:2: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella…”. El obispado y el pastorado están unidos en el rol de un anciano. Cuando Pablo dice a los ancianos de Éfeso: “[p]or tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos”, indica con ello que el rebaño que el pastor supervisa debe ser aquel que efectivamente está bajo su cuidado. Dicho más claramente, no creo que un anciano en California deba ejercer obispado (‘supervisión’) sobre los miembros de mi iglesia en Virginia. El ejercer supervisión sobre una persona a la que no pastoreas significa que estás ejerciendo autoridad respecto de alguien que probablemente ni siquiera has conocido.

Dado que los presbiterianos creen que únicamente los ancianos poseen las llaves, sostienen que sus sínodos y consistorios son efectivamente una iglesia […]. Es más, sus pastores ni siquiera son miembros de sus iglesias locales. Los ancianos celebran Cena del Señor en sus reuniones de presbíteros. Los congregacionalistas, en tanto, afirmamos que el poder del anciano existe solo en conexión con su rebaño.

Presbíteros y el Poder

Quizá la mayor diferencia entre congregacionalistas y presbiterianos está en cómo estos últimos reconocen a sus sínodos y consistorios autoridad vinculante sobre otras iglesias locales. La pregunta aquí es simple: El cuerpo gobernante de ancianos, reunidos aparte de sus iglesias locales, ¿Tiene autoridad para dirigir y/o revocar decisiones tomadas por la iglesia local? Un pasaje fundacional para los presbiterianos es Hechos 15, donde la iglesia de Jerusalén define de manera vinculante un asunto teológico de la iglesia de Antioquía.

Sin embargo, hay un par de problemas con argumentar que de este pasaje se deriva una autoridad normativa de los sínodos. En primer lugar, los apóstoles presentes tenían autoridad universal para decidir asuntos histórico-salvíficos importantes. En segundo lugar, fue Antioquía la que envió mensajeros a Jerusalén (el lugar natural para buscar sabiduría en esa etapa de la historia bíblica). Además, si hubiese sido un sínodo modelo o tipo, entonces ¿Por qué había solo dos iglesias presentes? Y además, ¿Por qué las otras iglesias deberían verse obligadas por una decisión tomada sin que sus representantes estuvieran presentes?

Para ser justos, los congregacionalistas hemos fallado miserablemente al perseguir una independencia radical. Deberíamos apoyar la existencia de ‘consistorios’. Anhelo también la existencia de relaciones con pastores de otras iglesias. Busco consejo de mis amigos presbiterianos muy a menudo, pero conferir a esos hermanos una autoridad vinculante sobre mi iglesia sería violar una ordenanza de Cristo, cual es, la de reconocer a la iglesia local compuesta de ancianos y de miembros todo el poder necesario para su gobierno y para adorar a Dios.
La Tensión es Buena
Si sientes una tensión entre el rol de los ancianos y el rol democrático en tu iglesia, entonces lo más probable es que estés en un buen lugar. La Biblia está llena de tensiones, y es necio tratar de encontrarles una salida fácil.
Expongo únicamente un bosquejo muy breve de las diferencias que mantenemos con nuestros amigos presbiterianos. Son diferencias significativas, pero las cosas que tenemos en común las sobrepasan con creces. Hay contestaciones y réplicas a las contestaciones a cada punto mencionado, pero se trata de un diálogo que vale la pena sostener si queremos proteger la teología reformada para traspasarla a las generaciones futuras.

 Hunter Powell completó su PhD sobre la Asamblea de Westminster en la Universidad Cambridge y tiene un libro pronto a publicarse acerca del gobierno de la iglesia, titulado “La Crisis del Protestantismo Británico: El Poder de la Iglesia y la Revolución Puritana”, 1638-44 (Manchester University Press, 2014). Actualmente es pastor en la Sterling Park Baptist Church en Sterling, Virginia, y es professor adjunto de historia de la iglesia en Westminster Theological Seminary.

jueves, 22 de noviembre de 2012

No seamos como ellos


«Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos» I Co. 10:11.

Dios no nos ha dejado a oscuras. A nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos, nos ha dejado un registro con su voluntad perfecta, y toda la revelación que hay en Cristo.

Ahora podemos ver sin el velo, siendo capacitados por el Espíritu para interpretar correctamente las Sagradas Escrituras. En ellas podemos ver cómo personas que pisaron esta tierra y anduvieron en ella como nosotros, se vieron expuestos a la ira de Dios por codiciar, tentarlo, fornicar, murmurar e idolatrar. Ellos alguna vez respiraron, comieron, bebieron, hablaron trivialidades, rieron y lloraron, como nosotros. No son sólo nombres o números en la Biblia, sino que ellos fueron almas vivientes, que llevaron la retribución por su pecado.

Pablo está advirtiendo a los corintios, para que no se envanezcan. Les dice que él mismo golpea su cuerpo y lo somete a servidumbre, para no terminar eliminado (9:27). Luego afirma: «Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo» (10:1-4).

¿Qué quiere decir con esto? Pablo los quiere hacer meditar, pensar. Les está diciendo: 'fíjense, eran iguales a uds.'. Estuvieron bajo la nube y pasaron el mar, es decir, salieron de alguna forma del mundo queriendo seguir a Dios. Además, fueron bautizados, y comieron de la misma comida y bebieron de la misma bebida, simbolizando todo esto al cuerpo y la sangre de Cristo. Esto nos recuerda un poco lo que dice Hebreos, refiriéndose a aquellos «que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron...» (He. 6:4-6). 

En esos dos últimos pasajes está apuntando a quienes se han congregado junto con los hermanos, siendo así partícipes del Espíritu y alimentados con la Palabra, 'gustando' del don Celestial, pareciendo servir a Dios como todo el resto de los hermanos. Pero, ¿A qué nos quiere llevar Pablo? Nos está diciendo que podemos caer igual que ellos lo hicieron, porque participamos de las mismas cosas de las que ellos participaron, y aun así cayeron. Podemos deslizarnos por barrancos resbalosos, si no atendemos a las señales del camino.

Pero ¿Cuáles son esas señales del camino? Aquello que ya se escribió, que ahora sirve como ejemplo, y están escritas para amonestación de los creyentes de los últimos siglos. Estas señales del camino nos indican que hay muerte y destrucción en la idolatría, fornicación, murmuración y en tentar al Señor. Dios las sigue aborreciendo y abominando tanto como antes lo hizo, aunque ahora no veamos a personas arder por este hecho.

Es preciso estar atentos a estas señales, escudriñando las Escrituras para descubrirlas. La Palabra nos dice: «¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol» (Ec. 1:9). Muchos fueron puestos por escarmiento por Dios, para advertir a sus hijos sobre los peligros del pecado. La gran mayoría de quienes fueron destruidos, eran contados dentro del pueblo de Dios, y disfrutaron de las mismas bendiciones de todo el resto del pueblo. Por ello afirma después: «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (I Co. 10:12). 

En otras Palabras, Pablo nos está diciendo: '¿viste lo que les ocurrió? ¿Qué te hace pensar que no te podría ocurrir a ti? Ten cuidado para que no termines como ellos'. Pero no los deja en la desesperación, ya que luego agrega: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (v. 13).

Es decir, los está animando, ya que Dios nos da todas las herramientas para resistir la tentación, y no terminar como aquellos que fueron puesto por escarnio para nuestra enseñanza y amonestación, pese a haberse contado dentro del pueblo de Dios alguna vez.

El Señor nos ayude a no menospreciar su precepto, sino a ser reverentes y temer, para apartarnos del mal.

martes, 6 de noviembre de 2012

¿Puedes ser un buen cristiano y no ir a la iglesia? - C. Spurgeon


Ahora, yo sé que hay algunos que dicen: "bien, yo espero haberme entregado al Señor, pero no pretendo entregarme a ninguna iglesia, porque ..." Ahora, ¿por qué no? "Porque puedo ser un cristiano sin ella." ¿Estás muy convencido de eso? ¿Puedes ser tan buen cristiano desobedeciendo los mandamientos de tu Señor, como si fueras obediente a ellos? Bien, supón que todos los demás hicieran lo mismo; supón que todos los cristianos del mundo dijeran: "yo no me uniré a la Iglesia." Entonces no habría una Iglesia visible; no habría ordenanzas. Eso sería algo muy malo, y, sin embargo, si uno lo hiciera -lo que es correcto para uno es correcto para todos- ¿por qué no habríamos de hacerlo todos los demás? Entonces ¿tú crees que si fueras a hacer un acto que tiene la tendencia a destruir a la Iglesia visible de Dios, serías tan buen cristiano como si hicieras lo más que pudieras para edificar esa Iglesia? ¡Yo no lo creo, amigo! Ni tú tampoco. Tú no crees tal cosa; se trata sólo de una excusa engañosa para esconder algo más.

Allí está un ladrillo, y es uno muy bueno. ¿Para qué está hecho ese ladrillo? Para ayudar a construir una casa con él. No tiene caso que ese ladrillo te diga que es tan buen ladrillo mientras esté tirado en el suelo como si estuviese en la casa. Es un ladrillo que no sirve para nada; no sirve mientras no sea colocado en la pared. De igual manera ustedes, cristianos vagabundos, yo no creo que ustedes estén cumpliendo su propósito; están viviendo contrariamente a la vida que Cristo quiere que vivan, y han de ser culpados en gran manera por el daño que hacen. 

"¡Oh!", -dice uno- "aunque espero que amo al Señor, si yo fuera a unirme a la Iglesia, sentiría que es una gran atadura para mí". Es justo lo que deberías sentir. ¿No deberías sentir que estás ligado a la santidad ahora, y ligado a Cristo ahora? ¡Oh, esas benditas ataduras! Si hay algo que me pudiera hacer sentir más ligado a la santidad de lo que estoy, me gustaría sentir ese grillete, pues sentirse ligado a la santidad no es otra cosa que libertad, y rectitud, y solicitud de vida.

"¡Oh!", -dice otro- "si yo me uniera a la Iglesia, me temo que no sería capaz de persistir." Tú esperas persistir, supongo, fuera de la Iglesia; es decir, ¡te sientes más seguro desobedeciendo a Cristo que obedeciéndole! ¡Qué extraño sentimiento es ese! ¡Oh!, sería mejor que fueras y dijeras: "mi Señor, yo sé que tus santos deben estar unidos en la comunión de la iglesia, pues las iglesias fueron instituidas por Tus apóstoles: y yo confío que tengo gracia para cumplir con esa obligación: no tengo ninguna fuerza propia, Señor mío, pero mi fuerza radica en apoyarme en Ti: iré donde Tu me guíes, y todo lo demás lo dejaré en Tus manos."

"¡Ah!, pero", -dice otro- "yo no puedo unirme a la Iglesia; es tan imperfecta." ¡Entonces, tú eres perfecto, por supuesto! Si es así, te aconsejo que te vayas al cielo, y te unas allá a la Iglesia, pues ciertamente no eres idóneo para unirte a ella en la tierra, y estarías fuera de tu lugar.

"Sí", -dice otro- "pero veo que los cristianos tiene muchas cosas malas." ¡No hay nada malo en ti mismo, supongo! Yo sólo puedo decir, hermanos míos, que si la Iglesia de Dios no es mejor de lo que yo soy, lo siento. Cuando yo me uní a la Iglesia, sentía que iba a recibir mucho más bien del que yo podría aportarle, y con todas las fallas que he visto al vivir estos veinte años o más en la Iglesia cristiana, puedo decirles, como hombre honesto, que los miembros de la Iglesia son los excelentes de la tierra, en quienes está todo mi deleite, aunque no sean perfectos, y más bien estén a gran distancia de serlo. Si fuera del cielo, hubiera de encontrarse a alguien que viva realmente cerca de Dios, son los miembros de la Iglesia de Cristo. 

"¡Ah!", -dice otro- "pero hay muchos hipócritas." Tú mismo eres muy cabal y sincero, supongo. Confío que lo seas, pero entonces, deberías venir y unirte a la Iglesia, para aumentar su integridad por medio de la tuya.  

Estoy seguro, mis queridos amigos, de que ninguno de ustedes cerraría su tienda mañana por la mañana, o rehusaría aceptar cualquier moneda de oro cuando algún cliente les fuera a pagar, sólo porque hubiere algunos falsificadores que estuvieran pagando con monedas de oro falsas. No, ustedes no lo harían, y no creen en la teoría de ciertas personas, de que debido a que algunos cristianos profesantes son hipócritas, entonces todos lo son, pues eso sería como si dijeras que, porque algunas monedas de oro son falsas, entonces todas las monedas de oro son falsas, lo que sería claramente un error, pues si todas las monedas de oro fueran falsas, no sería negocio para el falsificador presentar sus monedas falsificadas: las monedas falsas son de valor sólo cuando la cantidad de buen metal sobrepasa al malo. Hay todavía una muy buena cantidad de respetables cristianos de oro en el mundo e incluso todavía en la Iglesia, y puedes estar seguro de ello.

"Bien", -dice alguien- "yo no creo, -aunque espero ser un siervo de Dios- que pueda unirme a la Iglesia; verás, es muy despreciada." ¡Oh, qué bendito desprecio es ese! Yo en verdad creo, hermanos, que no hay honor en el mundo que se equipare al de ser despreciado por lo que se da en llamar "Sociedad" en este país. La mayoría de la gente es esclava de lo que llaman "Respetabilidad". ¡Respetabilidad! Cuando un hombre se pone el día domingo un abrigo que ha comprado con su dinero; cuando adora a Dios por la noche o durante el día, ya sea que los hombres lo vean o no: cuando es un hombre honesto e íntegro -no me importa cuán bajos sean sus ingresos- él es un hombre respetable, y no debe doblegar su cuello ante la idea de Sociedad o de su respetabilidad artificial.

Estos diversos tipos de farsantes, pues no son otra cosa, impiden que muchos se unan a la Iglesia cristiana, porque tienen miedo de ser despreciados por la gente respetable de la Sociedad. [...] Es terrible que tan pronto como algunas personas se elevan en su posición social, renuncian a la Iglesia a la que se entregaron cuando se consagraron al Señor. El día llegará cuando los cristianos más pobres serán exaltados por encima de los nobles más altivos que no temieron al Señor; cuando Dios tome de las miserables viviendas y casuchas de Londres, una nobleza de una raza imperial que hará sonrojar a todos los reyes y príncipes del mundo. Y a estos los pondrá por encima de los serafines, mientras otros serán echados de Su presencia.

Yo le digo a cualquiera de ustedes, que no quiera unirse a la Iglesia porque hacerlo rebajaría su respetabilidad: tampoco yo te pido que te unas a ella, ni Cristo tampoco te lo pide: si la Sociedad y la Respetabilidad son los dioses que adoras, acude a tus dioses miserables y adóralos, pero Dios lo requerirá de tus manos en el día de las cuentas. No hay nada mejor que el servicio de Cristo.

En lo que a mí respecta y si el servicio de Cristo lo requiriera, acepto ser despreciado, ser señalado, ser abucheado en las calles, ser llamado con todo tipo de apodos, y prefiero eso a todas las estrellas de las órdenes de caballería y dignidades de la nobleza, pues este es el verdadero honor del cristiano cuando sirve verdaderamente a su Señor.

Viene el día en el que el Señor hará una división entre aquellos que lo aman y aquellos que no lo aman, y cada día se está alistando para esa última división. Esta misma noche esa división está siendo realizada; en la predicación del Evangelio se está implementando. Que cada hombre tome su posición, y se haga la pregunta: ¿estás con Cristo o con Belial? ¿Estás con Dios, con Cristo, con la sangre preciosa, o todavía estás al nivel de los placeres pecaminosos y sus deleites? Como tendrás que responder por ello cuando los cielos estén ardiendo, y la tierra se tambalee, y la trompeta del juicio te convoque delante del gran trono blanco, ¡entonces da cuenta de ello ahora!


Charles Haddon Spurgeon, extracto del sermón "Ser miembros de la Iglesia".



lunes, 15 de octubre de 2012

Iglesias de Laboratorio



Por la -torpe- expresión "Iglesia de Laboratorio", aludo a la creencia según la cual, por el sólo hecho de que en una congregación se prediquen las doctrinas escriturales, tal iglesia se verá libre de conflictos, disensiones, contratiempos, dolores y problemas en su seno; resultando así una congregación "químicamente pura", sin dilemas, sin tormentas, sin valles de sombra, sin crisis ni imperfecciones a tratar.

Que no se confunda el lector, no estoy minimizando ni despreciando en absoluto la importancia de la verdad: la predicación de la sana doctrina es esencial e insustituible en la iglesia de Cristo. Debe estar presente en el púlpito de cada asamblea que se precie de ser cristiana, siendo la salvaguarda por excelencia contra innumerables males y pecados. Con todo, el hecho que una congregación confiese y predique la verdad bíblica no elimina la corrupción de los miembros que la componen, ni erradica totalmente la presencia del pecado de sus vidas, así como tampoco repele completa y definitivamente la obra destructiva de Satanás. 

Aval de lo anterior es que aun en la iglesia apostólica encontramos terribles casos de desobediencia, maquinaciones satánicas en contra de las congregaciones y situaciones vergonzosas que hicieron necesaria la aplicación de la disciplina, incluso en su faceta más extrema. En otras palabras, aun teniendo como predicadores y maestros a los depositarios mismos de la revelación divina -como lo fueron los apóstoles-, las iglesias locales debieron enfrentar las inevitables consecuencias de estar compuestas de pecadores redimidos, pero pecadores al fin y al cabo.

Es así como, aunque no lo queramos, la vida de la iglesia comprende también el lidiar con el pecado que mora en nosotros. Dicha corrupción que nos caracteriza como seres caídos produce frecuentemente brotes de carnalidad, que se traducen en lágrimas y pesares a veces profundos; y que en casos más serios son sucedidos por crisis que alteran para siempre la conformación de una congregación.

Ahora, ¿Hago con estas afirmaciones una justificación del pecado? Por ningún motivo, simplemente constato un hecho que es necesario tener en cuenta. Esto sobre todo considerando algo que para nadie es un misterio: el hermoso despertar del amor por las Escrituras que la iglesia ha venido experimentando. En este contexto, muchos hermanos han caído en la ilusión de la "Iglesia de Laboratorio", desconcertándose desmedidamente por situaciones que forman parte de la vida de las congregaciones, tales como la necesidad de aplicación de disciplina bíblica o crisis profundas derivadas de la carnalidad de sus miembros. Así, quedan a tal punto pasmados que terminan por separarse de sus hermanos, en lugar de resistir el vendaval firmes en la fe y en la comunión de los santos (no olvidar que estoy hablando de una iglesia que confiesa y predica las verdades bíblicas, no de una congregación apóstata).

Desde luego debemos lamentarnos ante tales situaciones, pero algo muy distinto es pensar que una iglesia bíblica no pasará por estos duros trances, lo cual, creyendo algunos, se han apartado para trazar su propio camino en la fe, confiando más en sí mismos y lo que puedan lograr en la soledad que en la comunión con aquellos que enarbolan el mismo estandarte, transformándose muchas veces en verdaderos caudillos teológicos, que nunca encuentran un lugar lo suficientemente perfecto -"químicamente puro"- para echar raíces y servir allí con los dones recibidos del Señor.

En suma, el espejismo de la "Iglesia de Laboratorio", además de ser un engaño, puede llevar a extremismos nocivos y a un individualismo craso. Tengamos en cuenta que incluso la iglesia apostólica debió enfrentar situaciones problemáticas, concluyendo entonces que una congregación bíblica no está exenta de las consecuencias inevitables del pecado de sus miembros.

Dios nos conceda permanecer firmes en su verdad eterna, y enfrentar las tormentas cotidianas -tanto personales como congregacionales- con las herramientas y principios bíblicos.

Álex Figueroa